"El progreso de un artista es un continuo autosacrificio, una continua extinción de la personalidad". T. S. Eliot

lunes, 14 de marzo de 2016

jueves, 24 de diciembre de 2015

Pussy Time 3

Follar como un animal, encarnarte en una animal, es una liberación. Un mono, un león embistiendo, un bisonte. De espaldas, las caderas abiertas como un continente. El oso y sus zarpas. El oso y los salmones. La carne rosa, la sangre, la fuerza de los músculos, la sal, los gemidos, los graznidos. Una media sonrisa y algunas lágrimas. Dos animales luchando. Porque en el fondo es eso. Siempre el sometimiento. No pronunciar palabras sino berrear como un cerdo. Masticar el barro y romperte los dientes al morder el diamante, al morder las pepitas de oro en el lecho del río. Sin palabras, qué liberación. Follar como Dios, sin excusas, tan animal. Tan arriba, siempre sometimiento. Brutal tan mudo tanta liberación.

sábado, 3 de octubre de 2015

A pleno sol

Hay dogmas que nos sobreviven sin que apenas nos demos cuenta, como que si riegas las plantas a pleno sol las plantas se queman. Con el agua, las plantas se queman, a pleno sol.

Dibujo de Jean Cocteau, 1958

jueves, 1 de octubre de 2015

Ek-stasis

Anoche intenté hacer chirriar las ruedas de mi coche, pero no lo conseguí. No sé si me equivoqué al utilizar el freno de mano, o si pisé demasiado fuerte el acelerador y demasiado suave el embrague. El motor se caló una vez. Empecé a oler a quemado. El motor se caló otra vez, y entonces lo dejé. Arranqué normalmente, aceleré despacio mientras encendía la radio. Sonaba una canción bastante alegre de los Blues Busters. Una canción demasiado alegre. Por el retrovisor de mi viejo Citröen vi alejarse la casa de Mónica. Dejé atrás la calle desierta y flanqueada por árboles altos: álamos o plátanos o tilos. La tarde no podía ir mejor. Mónica no quería volver a verme y yo había sido incapaz, una vez más, de comunicar mi frustración. Esta vez había sido una salida precipitada y deslizante a todo gas. Otras veces solo un portazo malogrado, un puñetazo sobre la mesa acabado en contusión, o un escupitajo rabiosos venido a menos sobre mi propio zapato. De éstas y otras muchas maneras experimentaba últimamente lo inefable. Y esta experiencia, algo burda si se quiere, volvió a visitarme anoche frente a la casa de Mónica, en mi estúpido Citröen. Mónica, desde la puerta de su casa, no pudo dejar escapar una media sonrisa de burla al ver enmudecida mi huida. Apreté los puños sobre el volante. Quise decir algo, pero no pude. Aceleré, como he dicho, lentamente, y conduje durante más de dos horas hasta matarme. 

martes, 16 de junio de 2015

Soy un boceto, luego existo




Study for Morning Sun (1952), Edward Hopper

Cereza roja y cordero negro sobre fondo verde

Hay una mujer caminando y un hombre que la sigue a pocos pasos de distancia. Una mujer y un hombre que se siguen a pocos pasos de distancia. Ambos caminan juntos, en realidad. En realidad nadie puede caminar junto a nadie. This is the field where I grew up. La erre francesa, ligeramente gutural, se va con el viento y queda solamente el campo. Quedan dos piernas aún jóvenes y claras, el rostro vuelto hacia otro lado, el hombre que la sigue a pocos pasos de distancia, y el campo.  
       Los viñedos se extienden hasta donde alcanza la vista. 
    La mujer, aún joven como sus piernas, camina despacio y sin mirar atrás. Despacio pero sin detenerse, rememora espacios y tiempos para los que apenas hay palabras. Viste un vestido breve, mientras él pisa con sandalias de piel la tierra húmeda que se abre entre los viñedos. Entre ambos sobrevuela la imagen de una niña morena en un país rubio, en una región aún más rubia, en una tierra de la que emana vino blanco y seco. Pero la niña es ahora una historia contada en un inglés artificial. La niña es un pasado al que se vuelve en otra lengua, en otro lenguaje. La niña, que es solo un recuerdo, ahora camina despacio y aún es joven, como la vid en la que se ha detenido, en este preciso instante, una mariposa.               
    Cuando la mariposa despliega su vuelo, el paso de los viñedos se detiene y se abre un oscuro paréntesis de bosque. En el extremo de este paréntesis hay un cerezo. A los pies del cerezo están la mujer y el hombre. El hombre que se yergue sobre sus sandalias de piel y arranca para ella una cereza. Solo una. No demasiado roja. Quizá demasiado verde. La mujer pasea el fruto dentro de la boca, entre las mejillas y los dientes, debajo de la lengua, sin morderlo aún. Entretiene las formas redondas, siente la suavidad de la piel y presiente el sabor ácido que esconde dentro. 
      Cuando se cierra el paréntesis y los viñedos reaparecen, la mujer del vestido breve ha mordido ya la cereza. Se ha manchado los labios de tinte oscuro, y las cejas, en algún momento, se le arquearon suavemente por el sabor verde del fruto. Quizá demasiado verde. Nunca demasiado rojo. De entre las vides verdes el hombre y la mujer ven una valla metálica muy fina, y detrás de ella tres corderos negros. La mujer se acerca a los tres animales mientras el hombre la observa. 
       El hombre odia a la cereza, y odiará al cordero. 
       El vestido breve se levanta apenas para pasar entre los arbustos y tocar la valla. El aire huele un poco a vino, a vino seco y blanco. Delante del hombre, por primera vez en mucho tiempo, aparecen las cosas. La hierba, el camino, la valla, los árboles, el vestido. Desde que comenzaron a caminar todo ha sido ausencia, para el hombre. Su tierra lejana, el inglés gutural de la mujer, the field where she grew up. 
       El hombre piensa que jamás será como esos campos, pero, al menos, ahora todo está presente. 
      La mano de la mujer cruza la valla y se apoya en la cabeza mansa del cordero, que mastica brotes verdes. Quizá demasiado verdes. Nunca demasiado rojos. El hombre observa la mano de la mujer que acaricia la lana negra del animal negro. El hombre siente la presencia de la mujer y del animal, y ve cómo la mano se funde con la cabeza. Ve cómo la mujer introduce de alguna manera su mano en la cabeza del cordero. Ve cómo la cereza se deshace en la boca de la mujer y cómo la lana negra la envuelve toda. Ve acercarse la ausencia de la mujer mientras la lana se extiende por su brazo, por su pecho, por su cuello. Ella no sufre porque la lana negra es vida. Y el hombre, que sentía por fin la presencia de las cosas, ve ausentarse a la mujer envuelta en lana negra, en carne roja de cereza, en la miel blanca y seca de la vid.
      Hay un hombre caminando y detrás de él no hay nadie. Los viñedos se extienden hasta donde alcanza la vista. Y más allá de donde alcanza la vista se abre un oscuro paréntesis de bosque, y en el extremo de este paréntesis hay un gran cerezo que se inclina sobre el camino, y en el camino, en la tierra húmeda del camino, hay cerezas rojas y maduras. Cerezas oscuras que ruedan sin detenerse a lo largo y a lo ancho del camino. Quizá demasiado maduras. Siempre demasiado rojas.